Tengo un hermano, existe, pero llegó para no quedarse
- Raquel Villaescusa
- 13 jun 2020
- 6 Min. de lectura
¿Cómo decirle a tu hijo que su hermanito no llegará?
Explicar la muerte a los niños siempre se nos hace extraño. Nos vemos incapaces de resolver sus preguntas e inquietudes al respecto. Serán preguntas directas y claras, que respondan a su realidad, aunque para los adultos, ya socializados y con mayor experiencia vital, nos puedan resultar incómodas e impactantes. Las mejores respuestas serán las que les aporten presencia, sinceridad, claridad y clama, y les permitan ir saliendo de la confusión y avanzar en su tristeza, en el transitar por ese duelo personalísimo que les supone, sin duda, una pérdida como esta. No podemos perder de vista que se trata de una experiencia nueva, y por ello desconocida, que les abrumará y les llevará al miedo y al dolor.
Acompañar a los niños en esto requiere de conversación, honestidad, sinceridad, paciencia, empatía y validación ante sus intensas emociones, permiso ante sus conductas extremas y sus constantes y recurrentes recuerdos, y adaptación de la situación a sus rutinas, que evitaremos variarlas en la medida de lo posible, porque son las rutinas las que aportan seguridad a los más pequeños.
Ellos han experimentado la pérdida igual que nosotros y están viviendo un proceso de duelo, con las mismas fases que las nuestras, la diferencia es la manera en que lo vivencian, dado que su experiencia vital es mucho menor. Vivirán el aturdimiento y bloqueo inicial, el no entender, el que la vida se para, la negación, el enfado y la depresión, para más tarde llegar a la aceptación, la integración, y el aprendizaje vital, igual que nosotros, pasando por la somatización física, la confusión emocional, igual que nosotros. Y es muy posible que tome protagonismo la culpa, pues los más pequeños siempre tienden a pensar, cuando no saben qué ha pasado, que lo que ha sucedido es responsabilidad suya, y que eso puede llevarles a un desamor por parte de sus padres. Desde ahí comenzarán a fantasear, porque es desde la imaginación y el juego desde dónde los niños aprenden y avanzan. Así que, dejémosles claro que lo sucedido no es responsabilidad de nadie, que ocurrió y ya está. Podemos invitarles a conversar, a expresar, pero no podemos obligarles a hacerlo, ni a hacerlo a nuestro ritmo. Podemos compartir con ellos nuestra tristeza y nuestro llanto, no tengamos miedo de eso, porque así ellos aprenden que mostrar los sentimientos nunca es malo ni es de débiles, tampoco cuando se sufre, sino que es de valientes.
Igual que nosotros, requieren de un proceso natural de respuesta ante la pérdida de un ser querido, de búsqueda de herramientas y mecanismos para protegerse de tan inmenso y desgarrador dolor. Conectar con los recuerdos, asumir los sentimientos y emociones que ello les traiga y prepararse para la despedida. Reorganizar su mundo interior para encaminarse hacia la gratitud y amor incondicional. El duelo es universal, pero diferente para cada uno, y el de un ser humano que lleva tan poco tiempo en este mundo, más aun.
Los niños interpretan todo de manera literal, y aprenden desde la fantasía y desde lo que les aporta su imaginación, por lo que es fundamental hacerles llegar la información de forma directa, clara y sincera. Pero no todo es contarles, ellos también tienen su opinión y sus ideas sobre lo ocurrido, y es importante para su correcta gestión emocional que tengan oportunidad de darle salida, eso sí, cuando ellos así lo quieran.
¿Porqué mi hermano ha muerto? Ya son hermanos, ya se conocen y ya se aman, igual que nos ocurre a nosotros, a los padres, y recolocar ese vínculo tan especial en sus cabezas es delicado y requiere su tiempo, el suyo, el que ellos necesiten, que no tiene porqué coincidir con el nuestro, y en el que, inevitablemente, repercute el estado anímico de sus padres y su entorno más próximo se encuentra. Debemos contar con que, en sólo un instante se verán afectados su salud, su rendimiento, su autoestima y su comportamiento, que puede resultar introspectivo y vulnerable. Y desde ahí es desde dónde nos toca acompañarles, contenerles. Puede que muestren una preocupación excesiva por su salud y la de los suyos, por el miedo a que les suceda lo mismo, y que eso les traiga miedo y ansiedad. Pero que no nos quepa duda que su actitud siempre será proactiva, siempre intentando comprender e integrar, porque así es la naturaleza de los niños.
¿Dónde está? La muerte es definitiva e irreversible, pero ellos aún no lo saben. Sabemos que su hermano no estará entre nosotros como nosotros, pero también sabemos que existe, que tiene un hermano, una preciosa estrella, un guerrero alado. Le imaginamos en un lugar mejor dónde todo es perfecto, sin sufrimiento ni dolor, como cuando estaba en la barriga de mamá. Allí es dónde nos gusta recordarle. Y queremos creer que desde allí nos acompaña y nos manda energía cada día. Y así debemos transmitírselo. También es un buen momento para explicar, siempre si sale el tema, que la muerte es parte de la vida, y que dentro de mucho, mucho tiempo, todos estaremos dónde ahora está él. Puede ayudar integrarles en nuestros ritos de despedida, siempre que les hayamos preparado para lo que van a ver. Quizá quiera ver a su hermano para conocerlo y despedirse de él. En este caso lo ideal será explicarle claramente qué es lo que verá y qué puede esperar de las reacciones de los que estén alrededor, cuando suceda.
¿Quiero hablar con él? ¿Puedo? ¿Me escucha? ¿Por qué no me contesta? Es muy posible que el desee comunicarse con su hermano, al que seguro siente muy cerca... ¿Y porqué no animarle a hacerlo, si eso le sirve para avanzar en su proceso? Pero es muy posible que el niño entienda que habrá respuesta, porque en su mundo literal sería lo esperable y además, desde su naturaleza, siempre esperan que quienes les están escuchando respondan. Si no les explicamos que no habrá respuesta, el niño puede enfadarse, o incluso disgustarse, creyendo que su hermano se niega a contestar porque le ignora, entendiendo que no le quiere, y lo que más les afecta a los pequeños es que se les niegue el afecto. Tendremos entonces que explicarles que las personas que mueren no pueden hablar como nosotros, pero que nosotros si estamos aquí para escucharles y responderles cuando lo necesiten.

Puede que nuestro hijo se muestre reacio a retomar la rutina escolar, porque no disponga en ese momento de la energía, la disposición la concentración necesaria, además de no estar muy preparado para separarse de sus padres aun, porque todo en él está centrado en comprender y asimilar qué ha sucedido. Por lo tanto, el regreso a la escuela se convertirá en otro proceso de adaptación a la cotidianidad, que requerirá de nuestra conversación y posterior seguimiento con el centro y los maestros, así como con el departamento de orientación del mismo, y también con profesionales especializados, si se considera que el niño así lo necesita. Y que todas estas personas muestren un comportamiento flexible con el niño, y le permitan el contacto con sus familiares en la medida en que le sea necesario, dentro de la jornada escolar. También el niño necesitará conocer de antemano lo que, posiblemente, le espera en su regreso a clase, quizá preguntas incómodas, hablar con él sobre las posibles respuestas, y dejarle en claro esas preguntas no llegan desde la mala intención, sino de la curiosidad de conocer y desde el ofrecimiento de sus amigos y profesores de acompañarle en esta vivencia.
Más adelante, según van elaborando su proceso de duelo, puede que experimenten una huida hacia adelante, que regresen a la negación, y entonces aprovechen algún evento familiar o fecha especial para reclamar la presencia de su hermano fallecido, que no es más que su inmenso deseo de que lo que pasó no hubiera pasado, de tenerle con él. Entonces, más que nunca, nuestra tarea es responder con la máxima validación y empatía posibles, para que sepan que les comprendemos, pero entiendan que eso no es ni será posible, aunque siempre le tendremos presente, por supuesto también en estos días especiales, a través del ritual familiar elegido.
Y si no sabemos responder a sus preguntas, no pasa nada, si les explicamos que, en ese caso y en ese momento, no sabemos qué decir, porque eso ya es una respuesta.
Como en todo con nuestros hijos, digámosles la verdad, con una comunicación desde la empatía, el respeto y la escucha activa, adaptándonos a su momento evolutivo y a su capacidad para integrar el lenguaje. Y como siempre con los niños, os recomiendo acudir a la literatura infantil especializada, que les aportará desde la imaginación y será un magnífico recurso para nosotros, en momentos como estos en los que todas las herramientas son pocas.
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