Nuestro hijo es feliz, con sus cosas, como todo el mundo, porque todos somos igual de iguales e igual de diferentes. Y de pronto su comportamiento es otro, sus conductas desconocidas e imprevisibles, se vuelve esquivo, extraño, e incluso agresivo. Está triste, voluble, no duerme bien… Y lo peor es que por más que intentamos acceder a él no lo conseguimos, no le entendemos, no nos deja acercarnos. ¿Dónde está nuestro hijo? ¿Qué le pasa?
En casa todo va bien, como siempre. Con la familia, con sus amigos, en sus actividades habituales, parece que nada ha pasado. Así que preguntamos en el colegio. Su tutor no ve problemas, pero también detecta cambios en su comportamiento, y algún descenso de notas. Reconoce que hace un tiempo que ha dejado de ser él. Tanto en casa como en el cole.
Hablamos con él, y tras mucho intentar y de muchas maneras, nos reconoce que está teniendo problemas en el cole, que algunos compañeros no le tratan bien, que le hacen de menos, que le ponen en ridículo, que le amenazan, que no le dejan en paz, que está perdiendo amigos. Que les tiene miedo. Su tutor se sorprende cuando se lo contamos, pero promete ayudar. La dirección del centro se toma un momento para encajarlo, y nos dice que dispone de un protocolo para estos casos y que pedirá ayuda, cosa que nos deja algo más confiados, pero seguimos muy preocupados.
Por momentos, nos da la impresión que no podemos frenarlo. Es un problema social, no solo es nuestro, no solo es nuestro hijo, está muy presente en la vida cotidiana de familias y colegios. Y es que se hace urgente la prevención desde la educación.
No son cosas de niños y no pasa nada. Claro que pasa. Y es importante. No se trata de que el acosado sea más sensible, o tímido, o inseguro, o tenga una característica física que le haga diferente. El maltrato físico, emocional o verbal no es justificable, venga de quien venga. El acosador lo es a cualquier edad. Es consciente de lo que hace y tiene intención de hacerlo. La diferencia entre el acosador adulto y el niño, es que este último no sabe calibrar su agresión ni las consecuencias que está tiene, por su falta de experiencia vital, y es muy influenciable porque su personalidad aún no está consolidada.
Cuando sepamos qué le pasa y en qué momento del proceso se encuentra, podremos hacerle llegar que en casa y en cole le entendemos y le apoyamos. Ya sabrá que lo que le sucede existe, que están de su lado y que es posible ayuda profesional. Ya sabrá que no tiene la culpa. Y que quizá quienes le acosan tampoco. Empezará a sentir que vuelve a tener amigos, y ya no tendrá tanto miedo, aunque aún se sentirá vulnerable, y nosotros todavía preocupados.
La somatización que supone todo ese torbellino emocional continúa, y todavía hay preguntas: ¿Qué hacemos? Sabemos que requiere de un proceso social que podemos gestionar. Es un problema de todos. El solo es una víctima de la carencia social de normalización de lo diferente, de la falta de tolerancia, validación, empatía, aceptación, desde la crianza y la educación, sobre todo.
Lo primero en lo que nos toca centrarnos es en saber qué tipo de acoso ha recibido, pues los daños pueden adoptar diferentes formas. Así podremos poner foco en sus necesidades. Es crucial que no nos dejemos distraer por los estereotipos normalizados de violencia. Sabemos que no hay excusa y que nada tiene derecho a torcer la vida de nuestros hijos.
Podemos empezar empoderándole, asegurarnos de que tiene claro que el maltrato físico, emocional o verbal no es justificable. Que el acosador lo es a cualquier edad. Pero que cuando se trata de un igual, un niño también, ese niño tiene problemas y necesita resolverlos. También se siente solo e incomprendido, y tomó el camino equivocado para expresarlo. No se trata de protegerlo, sino de no restar presencia objetiva y no deshumanizar a quién acosó. Nuestro hijo sabe que quién le acoso no es tan diferente a él. También sabe que violencia no se resuelve con violencia.
Ahora nos toca valorar y abordar las consecuencias, los efectos psicológicos y fisiológicos. Son lastres en su mochila emocional que podrían acompañarle para siempre en el lado inconsciente de su cerebro, pero que, afortunadamente, estamos a tiempo de paliar, minimizar e incluso de eliminar.
Tenemos un camino por delante, pero dispondremos de profesionales que nos ayuden a acompañarles en la gestión del estrés, la ansiedad, el miedo, la introversión, sus distintas y particulares somatizaciones. Así lograremos, desde la familia, la escuela y los profesionales, que sepan que hay salida y está cerca, y que lo peor ya ha pasado.
Y cuando nuestro hijo llegue a ser un adulto sano y saludable, física y emocionalmente, sociable, abierto, empático, firme, seguro y feliz, sabremos que todos, incluido él, hicimos un gran trabajo.
Así que, si nuestro hijo está siendo acosado, pongámosle remedio cuanto antes y pidamos ayuda a profesionales especializados. Después actuemos en su justa medida, sin magnificar ni minimizar. Y recuerda que la mejor defensa no es un ataque, sino una retirada a tiempo. La actitud del acosado, ni pasiva ni agresiva. Que, si no queremos que nos hagan algo, no se lo hagamos a los demás.
Pegar, atacar, insultar, menospreciar, burlar, ignorar, criticar, de manera intensa y continuada, es acosar, y obviarlo, justificarlo o permitirlo no es el camino.
Es importante no sobre proteger a los acosadores menores. Si estos niños no son corregidos, no serán del todo conscientes de la envergadura de estos actos suyos, y ese comportamiento le acompañará en su vida adulta. La enorme exposición a la violencia normalizada y la falta de atención hacia los menores que nos trae esta vida que llevamos, puede llevar a los pequeños a equivocarse.
Los niños son material sensible. La prevención, en esto y en todo, en su crianza y educación, es lo más eficaz.
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