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Familias y Covid 19. Lo que nos tuvimos, lo que tenemos y lo que nos viene.

  • Foto del escritor: Raquel Villaescusa
    Raquel Villaescusa
  • 3 ago 2020
  • 12 Min. de lectura

Los coles cerraron el 11 de marzo, en principio para dos semanas. Con los niños en casa poco a poco los padres y madres también en casa, y más aún cuando al poco tiempo entramos en estado de alarma y en confinamiento: llegó la pandemia.


Los médicos diagnostican por teléfono, algunos pasamos ya por la cuarentena preventiva, surgen grupos espontáneos para el cuidado de menores, y el estado de alarma se renueva una y otra vez.


Poco a poco aprendemos más sobre el virus, sobre todo cómo evitarlo: mascarillas, guantes, distancia, los zapatos fuera de casa, fronteras cerradas, prohibiciones, normas cambiantes, protocolos asistenciales y voluntariados. Todo cambia y aún hoy seguimos sin saberlo todo, porque es un virus rápido que le gana la carrera a los investigadores.


Salimos sólo si es imprescindible. Muchos teletrabajamos, otros se van al paro. La policía nos controla. Sólo funcionan los servicios esenciales.


Nos toca vivir un día a día incierto. Una cotidianidad de cuidar y cuidarse. Las palabras pandemia, confinamiento, contagio y virus, las más buscadas.


Y un día el colapso sanitario se diluye, las cifras de afectados caen, dicen que se doblegó la curva, llegan las fases.


A pesar de los bulos, la desinformación y el exceso de información, conseguimos entender y aprender para vivir en esta que llaman "nueva normalidad". Nos dicen que debemos confiar en que se minimizan los riesgos y se maximizan los recursos contra el virus maldito, miramos al presente y a un futuro incalculable. Lo importante, reactivar la economía, que es la batería que recarga todo lo demás. Difícil equilibrio entre eso y la salud, pero lo vamos logrando. Mientras, miramos al mundo y nos sentimos todos, por primera vez, en el mismo lugar.


Esperamos que todos seamos conscientes, responsables y solidarios, pero no siempre es así. Aun así, seguimos confiando en el ser humano. Mientras, el medio ambiente se recupera y el clima cambia, porque nosotros estamos en casa.


Era muy complicado estar encerrados, y ha generado muchos colectivos vulnerables. Las fases son un respiro, pero algunos se las toman demasiado a la ligera. Aun así vamos avanzando entre medidas de alivio, que algo alivian: salen los niños, los mayores, los paseos, las terrazas abren, algunas tiendas también. Nos volvemos a reunir. Los trabajos se reactivan. Las calles vuelven a llenarse, pero ahora a distancia y con mascarilla. La "nueva normalidad", que por ahora será realidad, pero no tiene nada de normal.


Llegamos al final de la desescalada. Ya el final del "estado de alarma". Sabemos lo imprescindible que es la reactivación económica para salir adelante, y lo asumimos. Sabemos que sin movilidad poblacional y retome de actividades no es posible. También sabemos que el virus no se va, y que mientras que llega la vacuna y la medicación, que tardarán, pues hay que convivir con él, desde la precaución y la prevención. Vivimos con la confianza de saber que nuestro sistema sanitario ha superado la congestión y que si nos contagiamos podrán atendernos mejor... Pero nuestra salud sigue en jaque y seguimos en ese equilibrio inestable que desde que nos abordó la pandemia estamos intentando acostumbrarnos a vivir, y que empieza a ser permanente.


Seguimos en cuidarnos y cuidar de los nuestros, en la responsabilidad individual y colectiva, el sentido común, la consciencia y la solidaridad. Seguimos en que el que se pueda no es que se deba ni que se tenga que hacer tal cual. Seguimos pudiendo adaptar las normas a nuestras circunstancias y capacidades.


Tras estas extraordinarias vacaciones estivales, nuestros hijos iniciaran un curso escolar en formato “postcovid”, en el mejor de los casos un mixto entre presencial y online al que todos tendremos que acostumbrarnos, porque parece que llegó para quedarse. Y a los más pequeños, que hasta ahora los criábamos en la socialización despreocupada incidiendo en el respeto, ahora tendremos que educarles en el distanciamiento social, aunque afortunadamente hemos descubierto que la cercanía en la distancia es posible, y que el ser humano es resiliente y siempre encuentra formas de convivir, compartiendo y recibiendo, y así se lo trasladaremos. Y mientras, seguirán investigando sobre la Covid19 y dispondremos de más información y herramientas para combatirlo, o eso suponemos. La inquietud cederá y poco a poco nos iremos sintiendo más seguros, y será entonces que, sin darnos cuenta, habremos integrado verdaderamente la "nueva normalidad". Queremos confiar en que juntos podremos, que de esto saldremos fuertes, renovados, que aprenderemos, porque todo sirve para reafirmarnos en que podemos seguir y ser mejores.


Los niños se hacen las mismas preguntas que nosotros: ¿cómo ha pasado? ¿quién lo trajo? ¿se irá? ¿nos contagiaremos? ¿y ahora qué? Pero la diferencia es que ellos están más perdidos que nosotros y les cuesta más expresar sus pensamientos y sentimientos, ponerlos en palabras.

Además, los niños, como los padres, tienen miedo a enfermar o a traer el virus a casa. Y cuando los padres teletrabajan, ellos se sienten abandonados, desplazados, porque no están acostumbrados a que sus padres tengan ese rol en casa. Hasta ahora trabajaban fuera y en casa estaban con ellos. Si en casa las medidas no fueron estrictas, los niños se sienten inseguros, carecen de modelo.


El virus lleva mucho con nosotros y por ahora no se irá, y mientras tenemos que seguir y poner nuestras energías en lo que está en nuestras manos. Hay que trabajar y traer dinero a casa. Y eso de vivir diferente, condicionados, con miedo y asumiendo riesgos, nos toca también trasladárselo a los hijos.


Compaginar el teletrabajo, improvisado y nada conciliador, con crianza, educación en casa y cuidado del hogar, es todo un malabarismo. No hemos podido ni trabajar ni educar ni compartir con nuestros hijos al 100%. Todo ha sido y es un equilibrio inestable y todos estamos en constante esfuerzo, con esa sensación de que no llegamos del todo a nada. Y encima nos tenemos que sentir afortunados de tener trabajo, y tenerlo en casa para poder cuidar de nuestros hijos.


Entre familias divorciadas, han tenido que acordar y negociar los tiempos de sus hijos durante el confinamiento, priorizando su seguridad física a la emocional, a menudo. Y eso ha sido muy duro.


Cada familia es un mundo. Cómo actuar frente a la pandemia y sus riesgos ha sido y es una decisión muy personal y sujeta a las circunstancias de cada cual. A veces lo hemos en casos cercanos. Todos hemos tenido claro que había que tomárselo en serio, pero no tan claro cómo hacerlo, como gestionarlo, cómo llevarlo en familia, y sobre todo cómo llevarlo con los niños. Todos recuerdan que hasta ahora esto solo lo vivimos en historias de ciencia ficción.


Las fases también se han personalizado. De nada sirve cuidarse si los demás no lo hacen lo igual. Familias confinadas hasta después de las fases, incluso. Padres obligados a salir a trabajar. El miedo a enfermar y dejar desprotegidos a los hijos. Para muchos seguir en casa ha sido y es la única opción, aunque los niños necesiten otra cosa. Para otros la solución era lo contrario. Lo que las familias han buscado y buscan es sentirse seguras y enteras para afrontar su día a día. La estabilidad de los progenitores ha sido prioridad, incluso cuando han tenido que ocuparse de familiares contagiados, porque sin eso sus hijos no la tendrían. Y eso les ha preparado para cuando han tenido que actuar como no querían.


Pero la tristeza de empezar a notar en los hijos las consecuencias de la no socialización que necesitaban es innegable. Han encontrado refugio y sustitutos de sus amigos en sus juguetes, su mundo interior y conversaciones consigo mismo. Pero se están criando en la distancia, la prohibición y el miedo, cuando los estábamos criando para hacerlo en el contacto, la cercanía, el vínculo, la relación espontánea y la libertad.


En cuanto a la educación, es otra de las drásticas novedades que nos ha impuesto el coronavirus, y que ha necesitado una especial gestión en familia. Los padres hemos hecho de profesores, y ellos también de padres, y aceptarlo así nos ha costado a todos. Hemos tenido que improvisar y aceptar rutinas de la nada, y nos hemos equivocado, pero nos hemos perdonado. Hemos hecho lo que hemos podido. Casi siempre hemos cumplido con nuestras obligaciones, pero el estrés nos ha pasado factura a todos.


El miedo se nos ha instalado, pero nos ha ayudado a afrontar. Hemos intentado no tener la mente en las incertidumbres y las preocupaciones. Y hemos intentado coger fuerzas para cuando vengan otros tiempos.


Los niños han estado entretenidos y con actividades, pero han echado mucho de menos a sus amigos. Más rabietas, más inquietos, más nerviosos. Un poco como los adultos.

Se notaba que necesitaban correr, compartir juego con otros niños. La casa se les quedaba pequeña, a veces. Y eso es lo que exteriorizaban, pero en cuanto a sentimientos no sabían cómo mostrarse. Han acabado alterados, pero lo que han sido capaces de expresar han sido quejas porque sus padres trabajen tanto en casa, o por todo lo que echaban de menos.

Los más mayores parecen despistados, pero es una coraza para no pensar en sus miedos. Sienten que esto no ha terminado, puesto que su vida se ha visto y se ve coartada y con cambios radicales. A muchos esto les ha supuesto bloqueos emocionales de consideración.


El tamaño de los hogares, la luz natural que reciben o el disponer de terraza o balcón, han sido cuestiones fundamentales a la hora de sentirse más o menos cómodos en casa. También si los niños son más o menos activos o si el cuidador principal estaba más o menos relajado, han sido factores determinantes. Pero fácil no ha sido ni está siendo para nadie.


Muchas familias se han sentido frustradas, porque el teletrabajo les generó expectativas de estar más con los niños, pero no ha sido así. No llegas y no haces lo que quieres ni lo que tienes que hacer. Malas contestaciones y muchos nervios, y los niños lo achacan. Se vuelven rebeldes, contestones, desobedientes, llamadas de atención por las malas. El nivel de estrés altísimo. A nivel emocional, todos muy revueltos. El sentimiento de culpa para los adultos muy presente. Algunos padres y madres han decidido ponerse en manos de especialistas, porque no se ven con las herramientas suficientes para retomar.


Cuando un miembro de la familia se contagia, la gestión de la convivencia no es fácil, sobre todo para los niños. Mucho tiempo sabiendo que uno de ellos está enfermo tras una puerta en casa, y que no podrán acercarse. Hablar a través de la puerta, o enviarse mensajes y fotos por el móvil, no es suficiente.


Y mientras tanto, las pantallas han sido las "niñeras" de los niños, y aún lo siguen siendo para algunos, para aquellos cuyos padres siguen en teletrabajo, o para los que sus padres han vuelto al trabajo presencial, y están al cuidado de otros, porque salir no es la opción principal para la mayoría, todavía.


En otros casos el confinamiento ha sido positivo porque casi por primera vez han podido disfrutar de sus padres, y han podido estar más con sus hermanos y mejorar su relación. O poco negativo, porque se sentían felices de no ir al cole y estar de vacaciones con los suyos. Aun echando de menos a sus amigos, eso les compensaba. Pero para casi todos, el resultado ha sido miedo a la socialización. Aun hoy muchos, en cuanto disfrutan un mínimo del exterior, ya piden volver a casa. Otros parecen completamente recuperados, pero al no expresar mucho siempre hay dudas de ello.


La salida de los niños fue sorprendente. Les alivió muchísimo. Y aunque algunos empezaron con miedo, y pedían esperar, se palpaba su necesidad de libertad. La mayoría han entendido y acatado perfectamente las normas de higiene y distanciamiento. La mayor parte de los padres pensábamos que tendrían miedo, pero casi todos han estado encantados de salir, incluso gracias a eso muchos han cogido gusto por pasear. Aunque hay familias que sienten que eso les ha dejado secuela, porque han comprobado al reunirse que le tenían miedo, o al menos recelo, a sus amigos y a su familia cercana. Eso les ha hecho a cambiar de estrategia y normalizar, hasta dónde cada uno puede, las reuniones, controladas y de manera gradual, para apoyar su desarrollo evolutivo.


Gel de manos y lavado continuo, mascarilla y no tocarse la cara se ha convertido en el día a día de los niños, que empiezan a ser ellos, pero los cambios más notables son las dudas sobre con quién pueden tener contacto y sobre cuándo están expuestos al virus.


Tras el confinamiento ha aumentado su conciencia de la higiene y disfrutan más de estar fuera de casa, aunque no sea haciendo sus actividades favoritas. Hemos compartido mucho tiempo con ellos, y si todo iba bien en familias ha mejorado y aumentado la comunicación familiar.


Nos ha llegado de todas partes que los niños eran agentes “super contagiadores”. Auténticas "bombas víricas". Se les ha estigmatizado sin evidencia científica. Se ha utilizado a los niños. Y nos ha llegado cómo profesionales de la psicología han advertido de las consecuencias, pero eso no hizo que el estigma desapareciera.


La mayoría de las familias no han sentido que los niños sean una “bomba vírica”. Consideran que es un invento de los medios favorecido por la corriente de bulos de esta pandemia. Los niños, en general, no han sido conscientes de que lo que se decía sobre ellos. En casa no lo han oído y a la mayoría se les ha mantenido bastante ajenos a los medios. La explicación ha sido que había un virus que todos podemos coger y que todos podemos contagiar a todos.


Algunas familias aun no tienen claro si los menores son más o menos contagiadores, o si son como los demás. Casi todos entienden que esto viene de la desinformación, la mala información y la mala interpretación: los niños suelen ser asintomáticos (de hecho, en la mayoría de las enfermedades somatizan menos que los adultos), y eso hace que nos pillen desprevenidos si están contagiados. Si a eso le sumamos que los niños son muy efusivos en sus muestras de afecto, pues si están enfermos, puede que contagien con más facilidad. Pero hasta ahora no hay evidencia científica que se sean más contagiadores.


El otro grupo poblacional estigmatizado han sido los mayores. No debemos acercarnos a ellos porque son los más frágiles ante este virus. Y todo debíamos hacerlo por protegerles. Y con esa carga han vivido y viven. Si, su sistema inmune estará más deteriorado y padecerán de patologías previas, la mayoría crónicas, pero se nos olvidó que son adultos y dueños de sus vidas. Y que quienes no pueden serlo están a cargo de quienes se responsabilizan de ellos.


Los niños saben que los abuelos son los más vulnerables, porque sus familias se lo han contado, e incluso algunos se lo dicen tal cual a sus abuelos. El no poder acercarse, abuelos y nietos lo han llevado mal, porque son figuras de apego fundamentales, casi todos tenían una relación frecuente y se echan mucho de menos. Y al comenzar a salir y a verse de nuevo, las normas de distancia y precaución les han costado, pero quizá más a los abuelos, que lo han vivido con miedo y tristeza porque no les llegaba del todo el afecto de sus nietos, y les ha costado mucho entender y asumir la gravedad de la situación. Muchos han preferido arriesgarse a inhibirse. En ocasiones la relación entre abuelos y nietos se ha resentido.


Algunos se debaten entre proteger a los mayores de los pequeños y al contrario.


También algunos mayores no se cuidan como deben, y a esos en general para las familias ha sido difícil concienciarles, salvo que hubiera casos cercanos. Muchas veces son los niños los que les dan ejemplo y les recuerdan lo de las mascarillas y la higiene, y por ellos si lo hacen.


Y si volviéramos a un confinamiento, por este o por cualquier otro motivo, espero que hayamos aprendido, aunque según algunas reacciones y comportamientos, creo que tengo más dudas que esperanzas. Lo que sí sé es que las familias hay cosas que tenemos claro que cambiaríamos.

Aunque es inimaginable tener que vivir todo de nuevo, la esperanza de que se encontrará cura nos anima.

Nos escucharemos más, estaremos más presentes, nos alimentaremos mejor, nuestras rutinas serán más firmes y las emociones estarán más presentes.

Buscaremos por todos los medios una conciliación laboral y educativa real y realista, porque ya hemos vivido la improvisación y sus consecuencias. Nervios y exigencias de más. Estar a todo y no poder con nada.

La "nueva realidad educativa" debe ser responsable, y considerar por igual la seguridad en la salud y en el aprendizaje. Y si hay que elegir, primará la salud.

Información veraz, realista y contrastada. Sentido común informado y criterio personal. No somos una masa movida por un sistema. Somos personas, individuos, conciencias. Cada uno somos nosotros.

Los niños no son muy concretos, se dejan llevar por la fantasía. Pero todos coinciden en que ojalá no hubiera pasado.


Y mientras seguimos a la espera de vacuna, medicación, o solución, la que sea, a esta pandemia, vivimos en esa “nueva normalidad” del “miedo” y la "incertidumbre": ¿Qué pasará? ¿qué será de los trabajos, las empresas, los centros educativos?, ¿se podrá garantizar nuestra salud?, ¿se descongelarán alguna vez mis proyectos de vida y mis expectativas? ¿cómo se aprende a vivir así?


Yo no veo más opción que trabajar en nuestro desarrollo personal en estos tiempos de espera. Tomar conciencia de nuestros pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones, de nuestras realidades y nuestras fantasías. Aprender sobre nosotros mismos y enseñar a los nuestros a hacer lo mismo. No dejarnos llevar por la distorsión de nuestros pensamientos erróneos o por la de lo que nos llega desde fuera. Informarnos bien para poder elegir, poder diferenciar lo que queremos para nosotros y los nuestros de lo que no, y ser firmes en ello. Conectar con lo realmente importante. Encontrar en nuestro interior esa capacidad innata de autoanálisis y análisis del entorno que todos tenemos, y ponerla a trabajar con urgencia. Y si hay que salir de nuestra zona de confort para ello, pues qué mejor momento que ahora para hacerlo. Aparta lo catastrofista, lo negativo, lo deprimente, lo autocompasivo. Evita la culpa, el remordimiento. Evita el abandono. Cada uno de nosotros seguimos siendo nosotros, y eso nada ni nadie nos lo puede arrebatar.


Si quieres seguir aquí, en este mundo y con los tuyos, mantén tu energía, disfruta y aprovecha estos tiempos de espera, porque cada crisis conlleva una oportunidad. Busca la tuya.

 
 
 

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